En la rivera oeste del Danubio se extiende la ciudad de Buda. Contrasta muchíismo con su ciudad hermana Pest, porque mientras la otra orilla se pensó para que el pueblo viviese, en esta hay una ciudad monumental para las instituciones lo que hace que a este lado se agolpen los puntos de interés turístico.
Cada vez que vuelvo la vista atrás no consigo ver nada de este viaje que me gustase, ni el planteamiento, ni la compañía, ni el clima (pleno mes de diciembre, y la gente aún no se entera de que cuando digo que soy friolera es que con 22º tengo frío y llevo jersey), ni la ciudad … pero siempre recuerdo el momento de ver el bastión de los pescadores y visitar por dentro la iglesia de San Matías. De estos momentos que a pesar de que estas dispuesto a verlo todo mal, estas ante algo que te sorprende tanto y tan bonito que supera todos tus sentimientos negativos. Así que si tuviese que destacar algo de este viaje, sería lo mucho que me gustó la parte de Buda.
Desde el puente que cruza por la punta de Isla margarita el Danubio, cruzamos el río y fuimos por el paseo hasta situarnos a la altura del parlamento. Intentamos entrar a una iglesia de por aquí. Por ser 6 de diciembre estaban oficiando y como no pudimos, empezamos a subir la colina siguiendo distintas escaleritas que nos llevaban de jardín en jardín.
Los altos y oscuros edificios tenían un toque medieval y las tejas de colores que en los tejados formaban diferentes dibujos geométricos me llamaron mucho la atención (y que no volvería a ver hasta viajar a Lausana) Siguiendo este zigzagueante camino conseguimos llegar arriba del todo donde una gran plaza rodea al archivo nacional y el museo de la ciudad, con baterías antiaéreas y cañones.
Rodeamos las instalaciones, viendo desde lo alto la nueva ciudad de Buda que se extiende al otro lado, y llegamos hasta la plaza donde queda una iglesia completamente derruida, de la que solo resiste parte su fachada.
En este punto el frío era tal que paramos para que Patri se pusiera unas manoplas sobre los calcetines (yo de las capas que tenía de ropa apenas podía articular movimientos).
De esta plaza salen varias calles paralelas en dirección al castillo, sorprenden porque entre tanto gran edificio, las casitas de estas calles son pequeñitas y de dos plantas, y en una ciudad tan gris exhiben unos bonitos tonos pasteles. A media altura de una de estas calles se encuentra el laberinto del castillo. Lo venden como uno de los puntos turísticos fuertes, y sé de mucha gente que no le gusta, pero a mi me gusto:
1) Para mí se recomendaba por sí mismo al ser un lugar más cálido que la calle.
2) Se trata de una obra de un artista, en el que mediante la excavación bajo la tierra de diferentes túneles que conectan grutas preexistentes, a oscuras se va pasando por varias salas tenuemente iluminadas y algunas con sonidos. En cada una se iría recorriendo la evolución de la humanidad. Me pareció interesante pero ya se sabe que el arte moderno es cuestión de gustos…
Siguiendo paralelos al Danubio, en dirección al palacio, llegamos a la plaza donde están la iglesia de San Matías y el bastión. Lo primero que me llamó la atención fue el bastión de los pescadores (llamar la atención es algo que se queda corto) Para que se hagan una idea no había mirado NADA de este viaje, así que más allá de las imágenes del parlamento que uno asocia automáticamente a la palabra Budapest, no sabía que cosas tenía la ciudad para ofrecer.
El bastión jamás fue defensivo sino que siempre fue un mirador a la ciudad de Pest. Hecho de piedra blanca de estilo neogótico, une con pasillos repletos de pequeños ventanucos, unos torreones circulares. No hay nada parecido que haya visto hasta ahora, algo de nuevo que le da ese aire especial.
Por otra parte la siguiente cosa bonita que encontré en la ciudad fue la propia iglesia de San Matías. Por dentro toda pintada con mosaicos, dorada en cada centímetro, y con las bóvedas azules con estrellas no me parece una iglesia evangélica. Su tesoro es impresionante, tiene un aire exótico que le da su estilo neogótico que también que la diferencia.
Finalmente llegamos, medio muertos de frío bajo la lluvia, hasta el gran palacio donde hay varios museos. Pese a que Dani quería seguir explorando hasta la ciudadela, el parque de las estatuas y había más cosas que explorar, dimos el turismo por finalizado. Ni nos metimos en los museos, ni seguimos bajo la lluvia (era muy penoso). Bajamos por las escaleras que zigzaguean al lado del funicular que sube a Buda desde el puente de las cadenas, teniendo unas inmejorables vistas de la basílica de San Esteban y del famoso puente con sus leones.
Otro día también fuimos a Buda pero más hacia el sur del palacio y con propósitos mucho más lúdicos. Fuimos al balneario del hotel Gellért. En nuestro camino dedicamos un vistazo rápido a una curiosa iglesia que hay dentro de las cuevas en la colina debajo de la ciudadela, aprovechando la roca y los pasadizos se hicieron las capillas (no se imaginen nada del otro mundo).