Kürtös kalács

Mmm golosa lo soy y mucho… todo el mundo lo sabe. Así que allí donde vaya tengo que probar postres del lugar (siempre que me lo permitan mis innumerables alergias). En el top 10 de la lista de postres preferidos se encuentra un descubrimiento que hicimos en Hungría.

El Kürtös kalács es un postre húngaro muy antiguo que lo hacen en puestecitos en mercadillos y similares. Se trata de una masa normal de harina de trigo con huevo y leche que cortan en tiras y luego las enrollan alrededor de un molde con forma de cilindro más o menos como un brazo de largo. Luego la pintan un poco por encima con un pelin de aceite y la rebozan en azúcar. Cuando ya está listo la ponen sobre las brasas (te lo hacen al momento al aire libre) Van vigilándolo atentamente y dándole vueltas poco a poco para que se quede doradito por todos lados y cuando ya está casi completamente caramelizado si quieres (porque así solo con azúcar está realmente increíble) le pueden rebozar además con frutos secos, canela, ralladura de coco, semillas de sésamo (la variedad es infinita) y lo desmoldan.

Dejan que se enfríe un poco, pero solo un poco, lo justo para que no te lo lleves y que te abrase, y te lo envuelven en papel. Se come así directamente calentito (cuanto más calentito esté más rico) y tiene el gusto dulce y crujiente del caramelo y el suave y calentito de la masa de dentro. Aunque parezca que es un dulce enorme, como por dentro está hueco se come rapidísimo, eso sí las colas para conseguirlo suelen ser largas… es muy popular, hay que tener paciencia.

Pest

Desconozco el porqué me deprimió tanto Budapest, la encontré gris, triste y fría.

Alquilamos unos apartamentos, de forma que hacíamos vida muy casera; cocinando, saliendo a correr por las mañanas, pasando las largas noches en el salon… Estaban en la centrica y comercial Vaci utca (una avenida peatonal cercana al Danubio) No muy lejos del mercado central de tres plantas, diseñado por Eiffel (ya sabéis mi débilidad por todos los edificios de este arquitecto) Pero ni siquiera esta calle me pareció animada. Siendo realistas, hacía muucho frío y era Diciembre lo que implicaba que a las 3 de la tarde ya era de noche.

En nuestra primera tarde en la ciudad, lo que era un corto trayecto para llegar hasta la basílica de San Esteban se convirtieron en horas andando por calles que no me aportaban nada haciendo zig zag, no dejamos ni una sin andar. Iba con un buen amigo mío pero si a mi me acusan de hacer «turismo salvaje» lo de él es «turismo extremo». Estoy de acuerdo en que pateando se conoce una ciudad pero eso no era un paseo relajado disfrutando de la ciudad sino más bien algo deportivo. Creo que cogi la tirria a la ciudad, no eran calles especialmente bonitas, más bien grises y decadentes.

En el camino nos encontramos con la sinagoga con su ladrillo rojo y sus adornos de colores. Vale si, la sinagoga me sorprendió, se trata de la más grande y espectacular de Europa. La cosa es que no sé como nos las apañamos para llegar por la parte de atrás con lo que deslució un poco. Se puede entrar, tiene incluso un pequeño museo que días después visitamos.

El camino que quedaba hasta San Esteban tampoco fue directo pero gracias a Dios llegamos a la plaza Erzsébet. Allí habían montado un mercadillo artesanal (donde compré unas joyas magyares muy bonitas para mi madre) y tuvimos el primer contacto con el Kürtö kalács, me dió la vida.

La neoclásica Basílica de San Esteban con sus 96m de gran cúpula se puede ver desde todas partes de la ciudad. Pero su interior vale muchísimo más (ya estaba harta de las fachadas de Pest) Es preciosa, con todo su esplendor en blanco verde y dorado. La cantidad de pan de oro se tal que con solo la luz de las velas las pinturas y retablos tiene una iluminación tan magnífica y natural que ya la quisieran muchos museos. A la tarde siguiente volvimos a la catedral ya que había un concierto de villancicos, y fue algo realmente bonito (aunque me recuerde muerta de frío sentada en la base de una de las columnas)

El parlamento húngaro, de postal sobre el Danubio mirando a la parte de Buda, no queda lejos de aquí pero lo fuimos a visitar otro día, ya que descubrimos que realmente se hacía de noche muy pronto. De todas formas por él pasamos miles de veces, lo vimos desde todos los puntos de vista posible. Es de estilo neogótico como tantos edificios en la ciudad y los ciudadanos de la UE lo visitan gratis en visitas guiadas (incluso cuando fui yo que Hungría todavía no estaba en la comunidad, iba a entrar al siguiente) Pero conseguir una entrada no es fácil, tuvimos que probar suerte varias mañanas. En la plaza que hay delante es donde estaba puesto el mercado de Navidad.

En una de nuestras noches de deambular, en una plaza no muy lejana, pero que no soy capaz de localizar (llena de estatuas que habían tapado con plásticos por el hielo) encontramos miles de puestos también del mercadillo de Navidad pero solo con comida. Allí conocimos a unos Erasmus que nos recomendaron un restaurante genial en el parque de la ciudad al que al día siguiente fuimos: El paprika. La mujer que nos atendió no sabía nada de inglés pero dijo un algo equivalente a «dejadme a mi» y salimos contentísimos.

Para llegar hasta el parque de la ciudad (Városligeti) hay dos posibilidades, y las dos hay que probarlas: o recorrer la avenida Andrássy o coger la linea más antigua de metro, las estaciones son preciosas con ese toque del XIX.

La avenida ya la habíamos recorrido cuando fuimos a comprar las entradas de la ópera o visitar la antigua estación de tren. Está inscrita en la lista de patrimonio de la humanidad, y tiene edificios tan relevantes como el palacio de la ópera o la antigua casa de la policía secreta en la época comunista.

El parque no me pareció gran cosas, en la entrada, al final de Andrássy se encuentra la plaza de los héroes. Es una gran plaza de granito rosa donde unas estatuas enormes de una especie de bárbaros a caballo están alrededor de una columna. Yo lo definiría como exagerado. Al lado empieza el parque con una grandísima pista de hielo (del tamaño de un campo de futbol). Justo detrás hay unos edificios que llaman la atención por su extravagancia. Los construyeron para una exposición y cada uno está hecho en un estilo arquitectónico húngaro diferente (por eso chocan tanto) Salvo uno que es el ministerio de agricultura los demás son museos, y nos acercamos por curiosidad. Aunque el parque es grande el paseo fue casi nocturno y dimos la vuelta hasta llegar al viejo carrusel y el balneario Szénchenyi que vuelven a estar cerca de la entrada

Buda

En la rivera oeste del Danubio se extiende la ciudad de Buda. Contrasta muchíismo con su ciudad hermana Pest, porque mientras la otra orilla se pensó para que el pueblo viviese, en esta hay una ciudad monumental para las instituciones lo que hace que a este lado se agolpen los puntos de interés turístico.

Cada vez que vuelvo la vista atrás no consigo ver nada de este viaje que me gustase, ni el planteamiento, ni la compañía, ni el clima (pleno mes de diciembre, y la gente aún no se entera de que cuando digo que soy friolera es que con 22º tengo frío y llevo jersey), ni la ciudad … pero siempre recuerdo el momento de ver el bastión de los pescadores y visitar por dentro la iglesia de San Matías. De estos momentos que a pesar de que estas dispuesto a verlo todo mal, estas ante algo que te sorprende tanto y tan bonito que supera todos tus sentimientos negativos. Así que si tuviese que destacar algo de este viaje, sería lo mucho que me gustó la parte de Buda.

Desde el puente que cruza por la punta de Isla margarita el Danubio, cruzamos el río y fuimos por el paseo hasta situarnos a la altura del parlamento. Intentamos entrar a una iglesia de por aquí. Por ser 6 de diciembre estaban oficiando y como no pudimos, empezamos a subir la colina siguiendo distintas escaleritas que nos llevaban de jardín en jardín.

Los altos y oscuros edificios tenían un toque medieval y las tejas de colores que en los tejados formaban diferentes dibujos geométricos me llamaron mucho la atención (y que no volvería a ver hasta viajar a Lausana) Siguiendo este zigzagueante camino conseguimos llegar arriba del todo donde una gran plaza rodea al archivo nacional y el museo de la ciudad, con baterías antiaéreas y cañones.

Rodeamos las instalaciones, viendo desde lo alto la nueva ciudad de Buda que se extiende al otro lado, y llegamos hasta la plaza donde queda una iglesia completamente derruida, de la que solo resiste parte su fachada.

En este punto el frío era tal que paramos para que Patri se pusiera unas manoplas sobre los calcetines (yo de las capas que tenía de ropa apenas podía articular movimientos).

De esta plaza salen varias calles paralelas en dirección al castillo, sorprenden porque entre tanto gran edificio, las casitas de estas calles son pequeñitas y de dos plantas, y en una ciudad tan gris exhiben unos bonitos tonos pasteles. A media altura de una de estas calles se encuentra el laberinto del castillo. Lo venden como uno de los puntos turísticos fuertes, y sé de mucha gente que no le gusta, pero a mi me gusto:

1) Para mí se recomendaba por sí mismo al ser un lugar más cálido que la calle.

2) Se trata de una obra de un artista, en el que mediante la excavación bajo la tierra de diferentes túneles que conectan grutas preexistentes, a oscuras se va pasando por varias salas tenuemente iluminadas y algunas con sonidos. En cada una se iría recorriendo la evolución de la humanidad. Me pareció interesante pero ya se sabe que el arte moderno es cuestión de gustos…

Siguiendo paralelos al Danubio, en dirección al palacio, llegamos a la plaza donde están la iglesia de San Matías y el bastión. Lo primero que me llamó la atención fue el bastión de los pescadores (llamar la atención es algo que se queda corto) Para que se hagan una idea no había mirado NADA de este viaje, así que más allá de las imágenes del parlamento que uno asocia automáticamente a la palabra Budapest, no sabía que cosas tenía la ciudad para ofrecer.

El bastión jamás fue defensivo sino que siempre fue un mirador a la ciudad de Pest. Hecho de piedra blanca de estilo neogótico, une con pasillos repletos de pequeños ventanucos, unos torreones circulares. No hay nada parecido que haya visto hasta ahora, algo de nuevo que le da ese aire especial.

Por otra parte la siguiente cosa bonita que encontré en la ciudad fue la propia iglesia de San Matías. Por dentro toda pintada con mosaicos, dorada en cada centímetro, y con las bóvedas azules con estrellas no me parece una iglesia evangélica. Su tesoro es impresionante, tiene un aire exótico que le da su estilo neogótico que también que la diferencia.

Finalmente llegamos, medio muertos de frío bajo la lluvia, hasta el gran palacio donde hay varios museos. Pese a que Dani quería seguir explorando hasta la ciudadela, el parque de las estatuas y había más cosas que explorar, dimos el turismo por finalizado. Ni nos metimos en los museos, ni seguimos bajo la lluvia (era muy penoso). Bajamos por las escaleras que zigzaguean al lado del funicular que sube a Buda desde el puente de las cadenas, teniendo unas inmejorables vistas de la basílica de San Esteban y del famoso puente con sus leones.

Otro día también fuimos a Buda pero más hacia el sur del palacio y con propósitos mucho más lúdicos. Fuimos al balneario del hotel Gellért. En nuestro camino dedicamos un vistazo rápido a una curiosa iglesia que hay dentro de las cuevas en la colina debajo de la ciudadela, aprovechando la roca y los pasadizos se hicieron las capillas (no se imaginen nada del otro mundo).