A Rovinj llegamos en pleno mes de agosto sin alojamiento reservado.
Principalmente, porque desde Madrid nos fue imposible. En todos los sitios de la península de Istria piden un mínimo de tres noches para poder reservar. Así que fuimos parando para preguntar por «sobes» cada vez que veíamos un cartel, y aunque en los dos primeros sitios no hubo suerte, encontramos en mitad de la carretera una especie de «agencia» que llamó a una señora que nos llevó hasta su casa en la parte nueva del pueblo (más tarde la señora, muy simpática con nosotros, nos dijo que la próxima vez fuésemos a su casa directamente sin la agencia y que así nos saldría más barato) No fue tan difícil como temíamos y eso que éramos 6.
Después de los kilómetros recorridos desde Plitvice, nos instalamos y lo primero que le preguntamos a la casera fue ¿dónde esta la playa? (bueno aquí sustitúyase la palabra playa por roquitas donde se puede acceder más fácilmente al mar)
Nos mandó justo donde acaba la ciudad por el sur, a la bahía de Lone. Allí, en un parque inmenso lleno de pinos (y mucho sitio para dejar el coche) se encuentran los sitios para bañarse, con vistas a varias islitas muy cercanas a la costa, como la isla roja (hasta estuvimos pensando si podíamos llegar a una de ellas nadando).
El buceo en esta zona me impresiono más que en Lokrum, quizás porque aunque la afluencia de yates era grande no eran fondos tan profundos ni tan abiertos al mar como en la isla, y mucho más, desde luego, que en Promajna. El coral rojo, blanco y amarillo se veía por todas partes cosa que me impactó porque parecía haber sustituido por completo a las algas. También había esponjas amarillas, peces de roca y hasta vi un buey de mar. Fuera del agua también abundaba la vida entre las rocas y mientras comíamos los bocadillos que nos llevamos Fla y yo mirábamos fascinados los cangrejos como si en la vida hubiésemos visto alguno.
Cuando ya nos sentíamos plenamente satisfechos de nuestro medio día de relax, para completar el maravilloso cuadro de espléndidas vacaciones de verano, de entre los pinos salieron unos ciervos y trotaban entre la poca gente que ya quedábamos.
Si no estáis familiarizados con la disposición de Rovinj, el casco antiguo está en un saliente a modo de península, luego el puerto pesquero y justo más al sur del puerto esta zona de bosques y calas donde habíamos pasado el día.
Tranquilamente paseando fuimos hasta el puerto y de allí al casco antiguo. La ciudad es típica típica ciudad mediterránea que, como todas las de la zona, tiene la iglesia encima de una colina y el pueblo se desarrolla a su alrededor bajando hasta el mar donde se anclan miles de pequeños botes para la pesca. Éste en concreto, pese a la afluencia de turistas, sigue siendo pueblo pesquero y la cena nos la dimos a base de pescadito frito muy rico.
El turisteo fue dejándonos llevar por las callejuelas hacia lo alto parando en las miles de tiendecitas artesanales instaladas en las partes bajas de las casas típicas pintadas de colores ocres, o incluso (gran parada técnica) en una curiosa terraza de un bar donde una angosta escalera de la calle servía para poner los cojines y las mesas.
En lo alto llegamos a la catedral barroca de Santa Eufemia que es el edificio más grande de Istria con 57m de campanario (y creo que en el único que no nos subimos porque ya estaban cerrando, mi vértigo me lo agradeció después de todo lo que le había hecho ya padecer) Más tarde nuestra casera nos contaría que desde lo alto del campanario los días despejados se ve San Marcos de Venecia, y es que la iglesia fue construida cuando Rovinj era un importante centro de pesca y sobre todo baluarte de la flota veneciana.
Seguimos nuestro vagabundeo por las callejuelas de la ciudad, simplemente disfrutándola.
Estábamos en una plaza donde Mary y yo comprábamos collares y pulseras, cuando algo curioso pasó (todavía no sabemos si a posta o un fallo) todas las luces de la ciudad empezaron a irse y venirse y así siguieron durante un buen rato parpadeando. A los turistas se les veía encantados como si fuese parte de un espectáculo, y nosotros así nos lo tomamos con lo que las ganas de cenar se nos quitaron.
En vez de buscar restaurante descubrimos un rincón casi mágico de la península que conforma el casco antiguo de la ciudad. Acababa de caer la noche y desde la catedral bajábamos hacia el mar cuando vimos unos focos dentro del agua. Justo a los pies de la catedral habían hecho unas escaleras y el fondo estaba iluminado para que la gente se bañase. Ni nos lo pensamos y nos metimos al agua de nuevo en este baño nocturno…
Disfrutar, disfrutamos un montón pero luego a la hora de encontrar restaurante para cenar (muy tarde y completamente empapados) tuvimos nuestros problemas.